Bienvenidos a una nueva entrega de Yentelman, el blog en el que aprenderéis inglés y, si os descuidáis, hasta español. Mi nostalgia de Nottingham se debe tal vez a cierto sentimiento de haber desaprovechado el tiempo mientras estuve allí de Erasmus (véase mi post al respecto). Sea como fuere, es una ciudad con los suficientes atractivos como para merecer una visita ex-profeso. Se trata de una de las ciudades más grandes de Reino Unido, y fue donde terminamos de confirmar definitivamente nuestra teoría de que, cuanto más grande la ciudad, más guarros, incívicos y maleducados sus habitantes. Al menos en Inglaterra.
Ya en su día, Óskar me recordaba dos hechos curiosos relativos a la ciudad. El primero, que cuando estuve por ahí de Erasmus, Nottingham era la cuarta ciudad más peligrosa del Reino Unido (recibía por entonces el sobrenombre de «Shottingham«). Cuando la visitamos, este mala fama estaba en proceso de revertirse. Segundo, que el porcentaje de habitantes de sexo femenino era el mayor de UK. Esto último lo decía con la intención de mortificarme, ya que mi interacción con el sexo opuesto en mis años de Erasmus no había sido la que yo hubiera deseado.
En cualquier caso, ninguna de estas dos cosas importaban demasiado para descubrir una ciudad con un centro vibrante y lleno de vida, que no había cambiado mucho en los últimos cuatro o cinco años. Nos dimos una vuelta por el centro y aledaños, Old Market Square y ayuntamiento como principales atracciones de esta parte de la ciudad. En nuestra bajada al centro, pasamos por delante del considerado pub más antiguo de Reino Unido, el Ye Olde Trip to Jerusalem. Tampoco dejamos de visitar el Exchange Arcade. Sin embargo, nuestro objetivo era otro.
En efecto, hay dos hitos en Nottingham que recuerdo con especial cariño: el enorme campus universitario y el famoso Wollaton Park, con su mansión victoriana, su invernadero, lagos y ciervos correteando por sus campos. De modo que empezamos por la Universidad. Nottingham acoge dos grandes y prestigiosas universidades: Nottingham Trent y Nottingham University. Es en la segunda en la que yo estudié durante mi año de estancia, y allí fuimos. La sensación de volver a pisar edificios emblemáticos como el Trent Building o el Buttery Bar en el Portland Building fue algo especial. De camino a Wollaton Park, fácilmente accesible desde la universidad, fui recordando con Óskar las anécdotas vividas en el campus, como mi desastroso intento de completar el Campus Fourteen o las dificultades para arrastrar sacos llenos de ropa sucia desde mi casa en las afueras hasta la lavandería de la universidad, mucho más económica que las que había en mi barrio.
Llegamos a Wollaton Park y, aunque no llegamos a ver ciervos, disfrutamos de un precioso día soleado que poco tenía que ver con la niebla que lo cubría la primera vez que lo visité. Mencionaba al principio de este relato el diferente grado de civismo en ciudades grandes, y en el invernadero de Wollaton pudimos constatar esto: mientras en los pueblecitos que habíamos visto en nuestro viaje al Peak District, o incluso en York y Bath, era difícil ver basura por la calle, en la zona ajardinada que rodeaba el invernadero podían verse envoltorios diversos de chocolatinas y otras viandas. Nuestro espíritu cívico y sostenible, reforzado tras nuestra experiencia en la cabaña de las bebidas del Peak District, se ofendió ante tamaño ultraje. Poco podíamos hacer, no obstante, así que nos comimos nuestros bocatas en un banco del parque y nos deleitamos contemplando el lago y la majestuosa mansión de Wollaton Hall antes de marchar de vuelta a Sheffield.
Un momento, un momento… ¿Y el Castillo de Nottingham? ¿Y el bosque de Sherwood? ¿La estatua de Robin Hood? Pues… siento decir que no llegamos a visitarlos. Ya los había visto en mi primera estancia en Nottingham, y no me parecieron nada especial. El bosque de Sherwood no tiene mucho que ver con lo que nos pintan en las películas; la estatua de Robin Hood está bien, pero no deja de ser una estatua de bronce, sin más; y el castillo es una fortaleza de carácter defensivo que, en mi opinión, no justificaba el salirnos de nuestra ruta para pasarnos por ahí. En general, recordad que estábamos haciendo un viaje por la nostalgia, así que elegí mostrarle a Óskar la zona en la que yo había vivido durante mi año de Erasmus. Nada espectacular, claro, pero de incalculable valor sentimental, que se dice. Incluso pasamos por delante de Rock City, la discoteca dedicada al heavy y al rock en la que tantas noches pasé durante mi año allí.
En nuestro regreso a Sheffield nos encontramos con una sorpresa. Una de las compañeras de piso de Carlos había invitado a unos amigos a cenar, así que nos unimos a la fiesta. Por supuesto, acabamos terminando lo que nos quedaba de nuestras botellas y pillando una borrachera nada desdeñable. A mí, que como recordaréis había traído una de Jack Daniel’s, me pilló por banda un rockabilly aficionado al Bourbon. No paró de repetirme lo bastard que era cuando le comentaba lo barata que salía la botella del tito Jack en comparación con el precio que tenía entonces en UK. Todo ello entre tragos de la botella y agradecimientos por compartir el dulce néctar con él, claro está.
Fue una experiencia interesante en la que pudimos practicar nuestro inglés, algo que, en el caso de Óskar, por aquel entonces le hacía bastante falta… como demostraría en nuestro siguiente viaje, en esta ocasión de dos días y que serviría de colofón a nuestro periplo por Inglaterra. Al día siguiente, Óskar, Carlos, Lecquio y yo partíamos a visitar a mi amigo Sergio, que en aquella época estaba trabajando en Swindon y vivía con unos cuantos compañeros de curro en una idílica cabaña al borde de un lago. Sin temer la resaca del día siguiente, nos fuimos a dormir lamentando ya que nuestro viaje estuviera a punto de llegar a su fin.
(Continuará…)
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