La vuelta a Inglaterra en 7 días (IV). 4ª etapa: Peak District

Sheffield - Peak district

Bienvenidos a una nueva entrega de Yentelman, el blog en el que aprenderéis inglés y, si os descuidáis, hasta español. Como recordaréis de nuestro post de la semana pasada, el jueves nos tocaba ir al Peak District. El que fuera primer parque nacional de Reino Unido allá por el año 1951 es un área «montañosa» de gran belleza y de fácil acceso desde Sheffield, a poco más de una hora en bus. Habréis notado que he escrito «montañosa», entre comillas. Y es que, por mucho que se llame a este parque «el distrito de los picos», nos quedó claro desde el principio que el concepto de «pico» no es el mismo en UK que en España. A estos ingleses los querría ver yo subiendo al Moncayo…

A pesar de lo fácil que nos resultó llegar y de lo sencillo que pensábamos que iba a ser subir a la cima una vez llegamos a la pseudo-entrada al parque nacional del Peak District, la jornada iba a ser bastante más ardua de lo que habíamos previsto. Y ahora os contaré por qué.

Viajemos atrás unos días, cuando pisábamos por vez primera suelo inglés. Una costumbre que hemos tenido siempre mis colegas y yo a la hora de viajar juntos es la de comprar un peluche a modo de mascota del viaje. En esta ocasión, nos pillamos un elefante al que bautizamos como «Lecquio», como al por entonces famoso conde (por la trompa, claro. Los de mi quinta probablemente recordarán el asunto, fotos en Interviú incluidas). Lecquio nos había acompañado durante nuestras jornadas en York y Bath, y el Peak District no iba a ser una excepción.

Conde Lecquio interviú

¿Os suena?

Volvamos al jueves, mientras preparábamos nuestra excursión. Como de costumbre, íbamos pertrechados con comida en abundancia, que pensábamos zamparnos en cuanto llegáramos a la cima. Del mismo modo que nos habíamos traído varias botellas de alcohol, también habíamos traído ciertas viandas que, por aquel entonces, eran bastante difíciles de encontrar (al menos a buen precio) en UK, y con las que nos haríamos los bocatas para el día: jamón serrano, anchoas y sardinas en lata, chorizo picante y fuet.

Tras este flashback, regresemos al momento en el que, en la base de lo que parecía ser el Peak District, echamos un vistazo hacia arriba y decimos, «macho, vaya mierda de montes que se gastan en Inglaterra». Eso sí, no encontrábamos ningún camino que nos fuera a permitir un ascenso fácil, así que hicimos lo que cualquier jovenzano de veinticinco habría hecho en nuestro lugar: saltar la valla y tirar campo a través.

No fue hasta medio camino cuando nos dimos cuenta de dos cosas: Primera, si mirabas un poco a la derecha podías ver lo que era un monte con una ruta de ascenso perfectamente delimitada. Joder, si hasta había escalones de madera. Y, por supuesto, todo el mundo estaba subiendo por ahí. Segunda, el campo en el que nos habíamos metido, además de una hierba larga de cojones (hasta ahí nos llegaba, de hecho), estaba habitado por cuatro o cinco toros negros como mi café del desayuno y que, a esas alturas, nos estaban mirando ya con cara de pocos amigos.

Toro bravo

«¿Ande vais, desgraciaos?»

Nunca he lamentado tanto como entonces el haberme puesto una camiseta roja para salir de casa. Cuando nos percatamos de la presencia de los toros, nos miramos en plan «y ahora, ¿qué?», y echamos a correr como si fuéramos Ben Johnson hasta las cejas de doping. A decir verdad, los toros ni se molestaron en venir a por nosotros. Debieron pensar que bastante desgracia teníamos con ser tan lerdos.

En fin, que a base de correr llegamos hasta el camino que habíamos visto en lontananza y, con cierto esfuerzo, conseguimos subir hasta él. No llevábamos demasiado tiempo recorriéndolo cuando Lecquio decidió irse a explorar por su cuenta y se cayó terraplén abajo. Cuando estábamos debatiendo entre si seguir «p’alante» o ir a por él, Carlos decidió arriesgar su vida en un épico rescate, cual Ranger estadounidense: No man (or elephant) left behind! (está grabado en vídeo, por si no os lo creéis. Vídeo VHS, eso sí. Que estábamos en el 2000).

Finalmente, conseguimos llegar al Peak, la cima del Peak District, sin mucho más esfuerzo. Realmente, una vez enfilamos por el caminito que habíamos visto durante nuestro episodio con los toros, la cosa era fácil. Hay que reconocer que, una vez arriba, la altura es realmente notable, y las vistas espectaculares. Vimos a mucha gente tirándose en ala delta o parapente, y nos sentamos a descansar y comernos nuestros bocatas mientras disfrutábamos de los saltos y el magnífico paisaje.

Paragliding in Peak District

Parapente en el Peak District. Mola.

Fue en ese momento cuando se produjo el siguiente diálogo, así a grandes rasgos:

  • Yo: «Carlos, ¿me pasas el agua?»
  • Carlos: «La lleva el Óskar»
  • Óskar: «¿Yo? ¿No habíamos quedado en que la cogías tú?»

Así es, amigos: a sopocientos kilómetros de la civilización, perdidos en un monte al que habíamos llegado tras sortear toros bravos, escalar terraplenes no diseñados para el uso humano y rescatar un elefante de peluche de una caída de varios metros, y metiéndonos entre pecho y espalda unos bocatas de jamón serrano, anchoas y chorizo picante… y sin  un mísero botellín de agua que echarnos al gaznate.

Jurando en hebreo por nuestra falta de previsión, decidimos comenzar el descenso por rutas alternativas, a ver si encontrábamos algún manantial o granja donde saciar nuestra sed. Tras un deambular que se nos hizo eterno, divisamos una estructura de buen tamaño en la que había varias jaulas al aire libre con animalitos. Parecía tratarse de una especie de granja-escuela, pero no se veía a nadie que pudiera ayudarnos con nuestra problemática más acuciante. En ese momento, vimos una pequeña cabaña de la que salía una tenue luz. Entramos en el reducido habitáculo y fue como la escena de Pulp Fiction en la que Vincent Vega abre el maletín de Marsellus Wallace. Allí, delante de nuestros ojos, estaba el Santo Grial: una nevera de esas eléctricas que llegan hasta el techo, con sus estanterías repletas de bebidas: Coca-cola, Sprite, Radical, Fanta (o lo que se llevara en UK de este estilo entonces)… y agua. Botellines y botellines de clara, transparente y deliciosa agua…

Marsellus Wallce briefcase

«We happy?» Ya te digo…

Nos lanzamos a por el agua como Gollum a la lava del Monte del Destino en pos del Anillo Único. Tras dar buena cuenta de nuestros respectivos botellines, vimos que había una cesta llena de monedas y billetes encima de una mesa, y una lista con los precios de cada bebida, en la que se nos sugería que depositáramos la cantidad adecuada en cada caso. Miramos arriba y abajo de la deshabitada estancia, esperando encontrarnos con alguna cámara de seguridad, pero no había nada.

Y ahora, pongámonos en situación. Si hay algo que recuerdo de mi año de Erasmus es que, en el supermercado Sainsbury’s, el único cartel que había en español era uno que decía «No Robar». Qué bien calados nos tenían, los hideputas. Y sin embargo, ahí estábamos: tres jóvenes españoles con mochilas en una cabaña sin nadie más a la vista y sin cámara de vigilancia alguna, con una nevera llena de bebida y una cesta repleta de dinero. Así que hicimos lo que cualquiera en nuestro lugar hubiera hecho: sacamos nuestras carteras y depositamos en la cesta la cantidad correspondiente a las botellas de agua que nos habíamos bebido.

Aureola santo

Nosotros, tras dejar la pasta en el cesto del Peak District.

El karma debió de alegrarse de nuestra buena acción, ya que al poco tiempo, mientras reponíamos fuerzas en los sillones habilitados para tal fin, entró en la cabaña un anciano matrimonio británico de los de libro: sonrosados, con sombrerito, bastón y bermudas; sandalias y calcetines blancos. Y una sonrisa amable que no perdieron en ningún momento, mientras nos preguntaban por nuestro lugar de origen y les contábamos nuestra desventura con el agua. Sin pensarlo dos veces, el hombre se sacó de su mochila dos botellas de agua frescas y relucientes, y nos las regaló. Creo que fue en este mismo momento cuando Óskar se enamoró de la amabilidad y la bondad británica y decidió que ese era el país en el que quería vivir. Y es que, queridos lectores, no todo es como parece cuando estás en Benidorm o Magaluf…

Desandamos el camino hasta encontrarnos de nuevo en el pueblecito del que habíamos partido, a los pies del Peak District y, con el espíritu henchido de satisfacción por la buena gente que queda en el mundo (y por haber sido capaces de dejar allí una cesta llena de dinero y sin vigilancia alguna), tomamos el bus que nos llevaría de vuelta a Sheffield. Exhaustos tras un viaje que había resultado más agotador de lo que habíamos previsto, de nuevo nos quedamos en casa mientras preparábamos la que iba a ser nuestra última salida antes del fin de semana. Yo quería regresar a la ciudad donde viví durante un año mientras estuve de Erasmus, y ahí nos íbamos a marchar al día siguiente: al hogar de Robin Hood, Nottingham.

(Continuará…)

2 thoughts on “La vuelta a Inglaterra en 7 días (IV). 4ª etapa: Peak District

  1. Sin duda ese día fue el punto de inflexión para mí y lo que hizo decidirme, unos pocos años después, a lanzarme a la aventura en lo que ya venia siendo en mi cabeza una menos «Pérfida Albión». 11 años después sólo el Brexit ha conseguido manchar la imagen que tengo de la sociedad inglesa. Siempre me quedará la BBC aún así.

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