En plena ola de calor, seguro que os habéis planteado la idea de viajar a zonas más fresquitas. Pensando en ello, he recordado uno de mis viajes a Reino Unido, concretamente aquél en el que ayudé a mi amigo Óskar (sí, este Óskar) a decidirse por una vida mejor en UK. Fue este un viaje de una semana en el que visitamos algunos de los lugares más bonitos y emblemáticos de Inglaterra, y he pensado que puede serviros a la hora de elegir destino vacacional. Porque, seamos sinceros, ponerse a estudiar inglés ahora, con este calor, apetece más bien poco. Óskar en persona me ha prestado su prodigiosa y bien entrenada memoria para recordar aquellos detalles que a mí se me habían olvidado.
Antes de empezar, es importante ponernos en contexto temporal y situacional. Recién entrado el siglo XXI y en nuestros mid-twenties, Óskar había manifestado en varias ocasiones su deseo de cambiar de vida. Yo, amante perpetuo de la cultura anglosajona, le mencioné la posibilidad de ir a pasar una semana a Inglaterra, aprovechando que un amigo común (al que llamaremos Carlos, más que nada porque se llama así) estaba trabajando en la Universidad de Sheffield.
Óskar era por entonces uno de esos Revertes de la vida, defensor a ultranza de la Historia de España con mayúsculas y enemigo acérrimo de todo lo que oliera a «la Pérfida Albión». Y, si habéis estado allí, podéis creerme cuando os digo que es un olor muy característico. Sí, por vuestras caras ya noto que sabéis de lo que estoy hablando.
En fin, que tras mucho intentar convencerle de las maravillas de las Islas Británicas, apelando especialmente a que el alojamiento nos saldría gratis, allí fuimos. No recuerdo ahora si ya salían vuelos de Ryanair desde nuestra ciudad natal, Zaragoza, pero el caso es que nos plantamos en Sheffield tras un viaje sin incidentes (Nota de Óskar: salimos de Madrid).
Para aquellos a los que no os suene el nombre, Sheffield es una de las mayores ciudades de Inglaterra, aunque no es que tuviera mucho para ver en lo que a turismo y monumentos se refiere. Sheffield es la ciudad donde se desarrolla la acción de la excelente Full Monty (Peter Cattaneo, 1997). Con estos antecedentes, seguramente la recordaréis como una ciudad industrial, en proceso de recuperación tras la crisis de las fundiciones que asoló la localidad a finales del siglo XX. Vamos, que no es de los sitios más bonitos de UK. Pero, hey, teníamos alojamiento gratis, que en aquella época era algo que nuestros menguados bolsillos de veinteañero agradecían.
En nuestro primer día allí, Carlos nos sacó a ver lo que había que ver de la ciudad y nos prometió que más tarde tendríamos nuestra primera experiencia de la noche británica. ¿Un lunes? ¿En serio? Por supuesto. EN UK no hay noche en la que no haya una fiesta u otra en alguna de las discotecas de cualquier ciudad medio grande. Yo, que ya había estado de Erasmus, sabía lo que me esperaba. Y, a la vez, confiaba en que la eterna juerga nocturna inglesa fuera uno de los alicientes para convencer a Óskar de los múltiples encantos de UK.
Una vez más, permitidme un inciso en mi relato para situaros en lo que implica la escena nocturna de Reino Unido, sobre todo en aquella época, hace unos 15 años. A la hora de salir de marcha, la primera opción es ir a un pub. Los pubs son lo más parecido a nuestros bares de toda la vida que podías encontrar en Inglaterra por entonces, antes de que todo se volviera multicultural y empezaran a aparecer Spanish tapas bars hasta debajo de las piedras. Dichos pubs cerraban a eso de las 11 de la noche, momento en el que tenías dos opciones: irte a casa o seguir la juerga en la discoteca de rigor. Nosotros optamos por la segunda opción, claro. Éramos jóvenes y era nuestra primera noche. Además, el nombre de la fiesta a la que nos llevó Carlos («shag«) era, si bien no muy sutil, bastante atractivo para unos hormonados jóvenes de veintitantos.
Llegar a las 11 de la noche a una discoteca en Inglaterra implica que esté ya casi llena. Porque, sí amigos, en aquella época la gran mayoría de garitos nocturnos fuera de Londres cerraban a las 2 a.m., y Sheffield no era una excepción. En efecto, puedo escuchar vuestras exclamaciones de asombro desde aquí. ¡Oh! ¡Ah! Pero recordad que estamos hablando de un país donde se cena a eso de las seis o siete de la tarde. Y, aunque no os lo creáis, la temprana hora de cierre tiene bastantes ventajas que van más allá de simplemente estar fresco y descansado al día siguiente.
La discoteca, de cuyo nombre no logro acordarme (aunque según cree recordar el propio Óskar, se llamaba Kingdom. De ser esta, a día de hoy está cerrada, lo que no debería sorprender cuando lees cosas sobre ella como «The place you go if you’re young and/or know no better«.) se dividía en dos ambientes, uno con música más pachanguera y otro con música rollo Brit Pop, Grunge y Hard Rock. Nosotros, que habíamos bebido de Nirvana y Pearl Jam en nuestros años de universidad, obviamente nos quedamos en esta zona, aunque para ir al bar debías pasar por la otra necesariamente. No os contaré cómo se dio la noche en el garito para que no se me tiren encima hordas de SJWs adalides de lo políticamente correcto. Baste decir que el nombre por el que se suelen conocer dichos antros en UK (meat markets, mercados de carne) no es casual, y que el neófito Óskar alucinó bastantes pepinillos al observar la muy distinta actitud de las féminas anglosajonas con respecto al material patrio. Y es que, para ellas y por aquel entonces, los españoles éramos exóticos…
Una cosa de la que pude dar fe aquella noche, tras haberlo intuido después de un año viviendo en UK (en Nottingham, no en Sheffield, pero en todas partes cuecen habas), es de la cerrazón y escasa flexibilidad de la mentalidad británica. Veréis, yo colecciono chapas de cerveza. Y la oferta de la noche en el nightclub era un botellín de Carling por 80 p. Un precio extremadamente asequible incluso en términos de la España de la época. Claro, la chapa de Carling me faltaba en mi colección, ya que no era muy habitual encontrar cervezas inglesas en Zaragoza a principios del año 2000. Así que le pedí a Carlos que, en su próxima incursión a la barra, se la pidiera al camarero. Volvió el amigo con los botellines, pero… sin mi chapa. Según me contó, no se la habían dado porque «son las normas». Y por mucho que discutió con el camarero, no hubo forma de que se bajara del burro. Esta anécdota la recordaría más tarde cuando Óskar intentó pedir un double espresso macchiato en la estación de tren de York, muchos años después. Pero eso ya, que os lo cuente él.
En fin, tras esta primera «toma de contacto» con suelo inglés (no literalmente… acabamos borrachos, pero no tanto), nos fuimos a dormir más contentos de lo que estábamos al llegar y con buen estado de ánimo para afrontar la dura semana de rutas viajeras que nos esperaba. Primera etapa: York.
(Continuará…)
1 thoughts on “La vuelta a Inglaterra en 7 días (I). Primera parada: Sheffield”